Mejor... Imposible: acercamiento a dos piropos memorables (primera parte)



Hoy, a las 8 de la noche, repetirán una vez más esta comedia que muchos hemos visto cerca de una docena de veces: “Mejor... Imposible”.

Las escenas más comentadas giran en torno a dos piropos ya célebres: el “tú haces que yo quiera ser mejor persona” y el que se produce al final de la película. No importa si nos parece que ya las hayamos oído. Nada importa cuando la música, el encuadre, las magníficas actuaciones encajan a la perfección y nos chantajean sentimentalmente.

Pero acerquémonos un poco a estos dos piropos famosos. Nos daremos cuenta de que no se centran en una única persona, en el sujeto querido, y allí el éxito. No es el clásico piropo callejero (sin contar las vulgaridades), el de típico afanador. El mensaje no sólo halaga o enaltece algo de la amada, sino que enlaza, crea un vínculo entre receptor y emisor. Compromete con sutileza, sin llegar a las barbaridades de la Luna, las estrellas, el te quiero y mi corazón... Recreemos la escena.

Melvin, para variar, consigue enfadar a Carol de tal modo que ésta lo amenaza con dejarlo solo en el restaurante si él no es capaz de decirle algo agradable, un cumplido.

-Verás –comienza Melvin-. Tengo una dolencia. Mi médico, un psiquiatra al que solía ir continuamente, dice que, en el cincuenta o sesenta por ciento de los casos una pastilla ayuda mucho. Yo las odio. Son muy peligrosas. Odio. Aquí utilizo la palabra odio para referirme a las pastillas... Y mi cumplido hacia ti es que aquella noche cuando viniste a mi casa y me dijiste... Bueno, ya sabes lo que dijiste... Bien, mi cumplido para ti es que por la mañana empecé a tomar las pastillas.

-No logro captar por qué es un cumplido para mí –dice Carol comprensiblemente desconcertada.

Melvin completa la idea:

–Tú haces que yo quiera ser mejor persona.

Sorprendida ella atina a decir:

-Puede que ése sea el mejor cumplido de toda mi vida.


En cuanto al piropo de la escena final, de manera extremadamente libre, lo podemos resumir así: no hay nadie en el mundo que aprecie tanto como yo cada cosa que haces. Cuando veo a la gente en el restaurante y ellos están como si nada, dejándose atender por ti, me pregunto: ¿cómo son tan imbéciles para no darse cuenta de que están frente a la mejor mujer del mundo? Y eso, la certeza de que sólo yo lo sé, hace que me sienta bien conmigo mismo...

Y punto para Melvin. Se acabó, no importa que tenga poco pelo, le lleve mil años a Carol y sea más bajo que ella sin tacos. Ya nada interesa más que ellos dos.



(Continuación)

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